(La Patria, 25 de Agosto de 2008; El Mundo, Octubre 29 de 2008)
En esta época de batallas de “desconfianza” institucional entre el poder ejecutivo y el poder judicial, bien vale la pena reflexionar sobre los orígenes y los posibles efectos de este tipo de situaciones sobre nuestra sociedad y economía en general.
Un estudio reciente, catalogado, por lo demás, como uno de los mejores en lo que va corrido de 2008, elaborado por Philippe Aghion, Yann Algan, Pierre Cahuc y Andrei Shleifer (economistas de Harvard, la Escuela de Economía de París y la Escuela Politécnica CREST en Francia, respectivamente), encuentra una estrecha relación negativa entre regulación gubernamental y capital social.
Los países en los que las personas desconfían más de sus conciudadanos son aquellos en los que existen más controles y regulaciones. Por que? Los autores sugieren la existencia de dos tipos de dinámicas en una sociedad. Una en la cual la gente invierte en construir redes de confianza con los demás porque descubren que esto los hace más productivos y más cívicos, y otra, en la que los individuos deciden no invertir en capital social, haciéndose menos productivos y más problemáticos los unos para los otros.
Como fruto de la desconfianza las sociedades con bajo capital social deciden resolver sus problemas con más reglas en lugar de invertir en recuperar el capital social perdido. La regulación es a su vez encargada a líderes gubernamentales dotados de bajo capital social quienes bajo esta cultura y mandato de la desconfianza crean instituciones regulatorias que a su vez ratifican y amplifican la desconfianza.
Las instituciones regulatorias, por todos conocidas popularmente como “trabas burocráticas”, se convierten en impedimentos para el flujo de ideas, la innovación y la productividad de los individuos. Peor aún, esta cultura termina por permear al ciudadano de a pie. Con el tiempo los padres de familia y líderes comunitarios pierden el incentivo a invertir en el capital social de sus hijos y comunidades, transmitiendo el valor del respeto (o miedo a) por la autoridad por encima de los valores de la responsabilidad y el respeto por los demás.
Las sociedades convergen así a equilibrios perversos, dedicando inmensas cantidades de recursos físicos, financieros y humanos a cazar al tramposo y a castigarlo. Olvidando que el “tramposo” no nace, sino que se hace. Una solución obvia se encuentra entonces en recuperar el capital social invirtiendo en educación pública de alta calidad.
Si estos autores están en lo cierto, el choque entre los poderes le hace un flaco favor a nuestro capital social como país y a las posibilidades de nuestra economía de crecer en el largo plazo. Las trabas burocráticas detienen la innovación, la verdadera máquina detrás del desarrollo.
1 comentario:
q buen articulo felicitaciones
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