(El Mundo, marzo 8 de 2018)
En respuesta a la compra de votos, a las
maquinarias y a la forma de hacer política tradicionalmente en Colombia, en
época electoral, la gente repite una frase sin cesar: “debatamos ideas y no
ideologías” o “debatamos las propuestas”. Puede que las ideas y las propuestas sean
sujetas de debate, pero ese debate sigue siendo inocuo. Se hace sobre conceptos
etéreos y abstractos. Y en últimas termina ganando el mejor orador, el mejor
contador de historias, y no el mejor implementador.
Desde nuestra vida personal hasta la vida
pública, todos hemos visto grandes ideas colapsar por su propio peso o por su
propia ingenuidad. En el mundo de las ideas impera la lógica. Pero la lógica es
la más mala consejera en materia de política pública. Está plagada de
supuestos, de atajos mentales que tomamos para ganar en el debate de las ideas,
pero luego perdemos en el mundo real.
El pico y placa es un buen ejemplo. La lógica
decía que mejoraría la movilidad y el medio ambiente en las ciudades si se
sacaban los carros de circulación. El supuesto era que la gente tomaría
transporte público. La realidad fue otra: la gente compro un segundo carro, más
viejo y más contaminante. Así, hay muchos ejemplos de cosas que en abstracto
debían funcionar y no funcionan.
Por esa razón, lo que deberíamos debatir es la
evidencia, los estudios, los datos. Obviamente, en Colombia, eso es posible
solo a medias. La investigación en políticas públicas y la evaluación de sus
impactos es costosa, y por ahora, monopolio del gobierno nacional, con unas
contadas experiencias a nivel regional. Adicional a que la evidencia es escasa,
muchas veces no se comunica al público de una manera sencilla.
Tomemos el debate sobre subir o no la edad de
jubilación. Los números no mienten. El sistema de prima media está quebrado,
además está quebrando al erario público, y para completar es altamente
inequitativo. Además la población cada vez envejece más y con mejor salud. Los
países desarrollados ya tienen edades más altas e iguales para hombres y
mujeres.
En fin, los debates deberían darse sobre las cifras y los cálculos y la evidencia existente. Y cada candidato presidencial debería partir de ahí para hacer su propuesta. Lo demás es un ejercicio retorico que lo único que hace es polarizar más la opinión, porque siempre invita a estar de acuerdo o en desacuerdo.