En Marzo de este año se cumplieron 30 años de “Ventanas Rotas” escrito por George Kelling y James Wilson, uno de los ensayos más influyentes en términos de políticas de seguridad urbana de las últimas décadas. El mensaje central, la llamada teoría de las ventanas rotas, es simple: en ocasiones, la mejor forma de atacar grandes problemas es solucionando problemas pequeños. Obviamente es difícil predecir cuando un problema pequeño es señal de algo grande. Sin embargo, lo más interesante de la teoría es que también puede aplicarse en reversa, es decir, una vez el problema es de gran magnitud. Veamos.
El origen de la teoría se remonta a la década de los 60. Experimentos hechos por psicólogos habían mostrado que si dos carros son abandonados, uno en mal estado (con las ventanas rotas) y otro en buen estado, el primero tenía una mayor probabilidad de ser vandalizado. Investigando el tema de seguridad en los barrios de Newark in New Jersey (con patrulleros de a pie) Kellig descubrió también que el ciudadano común se siente mas inseguro en lugares donde reinan delitos menores como paredes llenas de grafiti, jóvenes borrachos, vendedores de drogas o limosneros agresivos, que en lugares con grandes problemas. Basados en este conocimiento, en su ensayo de 1982, Kellig y Wilson desarrollaron la teoría de las ventanas rotas. De acuerdo con esta, una vez el ciudadano del común percibe un lugar como inseguro, deja de frecuentarlo, quedando finalmente disponible y a merced de los delincuentes.
La teoría sugiere entonces que si la policía presta suficiente atención a este tipo de problemas menores a tiempo, haciendo todo lo posible para que el orden regrese, la gente no va a sentirse atemorizada y por ende no va a alejarse de lugares públicos. Lo cual, a su vez, hace las cosas más difíciles para los delincuentes. En los noventa, la ciudad de Nueva York siguió al pie de la letra los consejos de Kellig y Wilson en el metro, y en cuestión de meses se vieron resultados. Muchas ciudades del mundo aplican activamente este principio hoy en día.
Treinta años después, la lección aprendida más importante, según Kellig, es no aplicar los principios de manera draconiana, a la manera de “cero tolerancia”. La aplicación debe ser discrecional. El policía de turno, ante una ofensa menor, debe decidir entre reprender, advertir o arrestar al infractor. Aquí esta la virtud y el riesgo. Los policías deben ser ampliamente educados en como usar su discreción para evitar abusos contra los ciudadanos, o evitar la tentación de usar su poder para discriminar en contra de ciertos grupos sociales.
El principio de la teoría de las ventanas rotas es altamente relevante y aplicable a problemas contemporáneos de política pública, la corrupción por ejemplo. Si se presta debida atención a retornar el orden al nivel mas bajo y sencillo, existe la posibilidad de generar dinámicas positivas de comportamiento ciudadano que ayuden a resolver lo antes considerado como imposible de resolver. El ensayo original se puede leer aquí: http://www.theatlantic.com/magazine/archive/1982/03/broken-windows/4465/