(El Mundo, agosto 24 de 2017)
La economía compartida es un término genérico
para describir transacciones entre personas, contrario a la tradicional que se
da entre personas y empresas. Los casos de Uber y Airbnb son los ejemplos modernos
más grandes y populares de este tipo de economía.
Esta economía es posible gracias a la
tecnología actual y está desnudando las profundas ineficiencias de algunos
mercados tradicionales. En palabras sencillas, esta ineficiencia se da cuando
alguien puede producir el mismo bien o servicio a un precio más bajo o al mismo
precio pero con un nivel de calidad muy superior.
El hecho de que alguien pueda tomar su
carro y convertirlo en un negocio de transporte por unas horas o que alguien
pueda convertir su hogar en un hotel por unas noches, revela que los activos de
los individuos que se consideraban bienes de consumo en realidad pueden ser
productivos. No es un descubrimiento nuevo, de tiempo atrás se alquilan
habitaciones en casas o se hacen transportes. Lo verdaderamente novedoso es que
ahora es masivo, es decir, un verdadero mercado con múltiples compradores y
múltiples vendedores.
Hasta ahora la regulación de estos
mercados esta dada por las reglas que la plataforma impone. Pero hay un elemento
muy novedoso: la reputación individual. En esta economía, a diferencia de la
tradicional donde usualmente el precio es la variable más importante se
necesita construir una reputación con nombre propio. Tanto vendedores como
compradores necesitan saber con quien están tratando y por ello se califican
mutuamente.
Este elemento, la confianza entre las
personas, me parece además que ayuda con algo que la economía de mercado
tradicional destruyó: el tejido social. Dado que quien presta el servicio es
una persona como uno, se abre la posibilidad de intercambiar con gente que
quizá nunca habría conocido. No dudo que gracias a estas plataformas se hayan
construido amistades y se estén tejiendo nuevas redes sociales.
La economía compartida es buena, pero tiene
sus enemigos: aquellos que quedaron desnudos. A los que se les va a acabar el
negocio de transferirnos la ineficiencia. Pero es tal la masificación de esta economía
que sus enemigos no podrán con ella. Ya hemos aprendido en materia de
regulación que prohibir mercados masivos solo produce mercados negros y
peligrosos. Pienso que la forma de regular, aprovechando que todo es
electrónico, es poner a pagar impuestos a cada transacción.
Tenemos que darle la bienvenida la
economía compartida, creo que sus beneficios colectivos superan los costos
individuales.