(El Mundo, Septiembre 2 de 2010; La Patria, Septiembre 6 de 2010)
Mucho se habla por estos días de la necesidad de reformar los impuestos al trabajo, los cuales se consideran la gran distorsión, el gran impedimento, para un mercado laboral más dinámico en Colombia. La idea es que una vez eliminados tales impuestos los empresarios tendrán más incentivos a contratar. Se afirma también que el salario mínimo es excesivamente alto y que está muy por encima de la productividad de los trabajadores colombianos. Pero pensar que una política de reducción del salario mínimo es viable, es ingenuo.
Los grandes afectados por estos impuestos son aquellos que apenas entran al mercado laboral (los jóvenes) o aquellos con poca educación y por ende con pocos conocimientos y habilidades. Todas estas reformas están bien fundamentadas y no cabe duda que es menester remover toda distorsión.
La crisis económica ha mostrado que la política laboral no solo debe concentrase en los jóvenes o los pocos educados. Cuando la actividad económica baja sustancialmente, los despidos también llegan para trabajadores educados y experimentados. Las consecuencias son más devastadoras para este segmento poblacional. No solo es más difícil encontrar un trabajo con las mismas condiciones, sino que dependiendo del tiempo de búsqueda, las consecuencias pueden extenderse al ámbito personal rápidamente: perdida de riqueza, perdida de autoestima, desintegración familiar, etc.
Ahora que el gobierno parece tener oídos abiertos a opciones de política en el mercado laboral, bien vale la pena resaltar una opción de política que ha probado ser muy efectiva para mantener en el puesto de trabajo a personas con educación y experiencia, en especial en épocas de recesión. Se llama el “Kurzarbeit” y es de origen alemán.
El programa consiste en un subsidio a aquellas compañías que en lugar de despedir trabajadores, los conserven dentro de la nomina. Las compañías pueden legalmente elegir o bien reducir las horas diarias que necesitan del trabajador, o bien reducir el número de días que solicitan los servicios del trabajador. El tiempo no pagado por la empresa es parcialmente compensado por recursos gubernamentales. En últimas es un subsidio de desempleo sin perder el empleo. La idea es que una vez la economía se recupere, el trabajador vuelve a ser financiado 100 por ciento por la empresa.
En el peor momento de la recesión económica de 2009, Alemania logro mantener alrededor de 500,000 trabajadores en sus empleos gracias a este sistema, de acuerdo con la OECD. Alemania es además el país con la menor tasa de desempleo en el mundo desarrollado. Antes de la crisis el tiempo permitido era de 6 meses, ahora gracias a esta fue extendido dos años. El “Kurzarbeit” es una poderosa política para proteger a los trabajadores educados en épocas de turbulencia económica.
Este blog reune mis artículos de opinión publicados en diarios colombianos y otras ideas no publicadas en medios escritos
sábado, 28 de agosto de 2010
sábado, 7 de agosto de 2010
Fe y tecnocracia
(El Mundo, Agosto 11, 2010; La Patria, Agosto 17 de 2010)
Con el nuevo gobierno, entra un nuevo equipo de ministros y directores de departamentos administrativos. Algunos comentaristas hablan de un equipo de ensueño, un “Dream Team”, a la manera de los equipos de superestrellas de baloncesto norteamericano. Los mismos comentaristas festejan el retorno de la tecnocracia: el ejercicio del poder por parte de los tecnócratas.
Quienes son los tecnócratas? He ahí el primer escollo. La palabra no existe en el diccionario de la Real Academia Española. El concepto en sí mismo es importado de los EEUU. De acuerdo con la Enciclopedia Británica, la tecnocracia se refiere a la llegada de ingenieros y científicos a los puestos del poder, para practicar la denominada gerencia científica. En pocas palabras, la toma de decisiones basada en conocimiento científico y no en presiones políticas, o atendiendo intereses de sectores particulares.
La definición que quizá tienen en mente los comentaristas mencionados, se refiere probablemente a títulos de doctorado en el exterior. Pero este es un criterio bastante flojo como posible indicador de éxito de un ministro. De una parte en ningún doctorado científico o técnico enseñan gerencia pública, y de otra parte, los doctorados preparan individuos para la docencia o para la investigación, y un ministro no hace ni lo uno ni lo otro.
Basta dar un vistazo a la historia reciente para ver lo flojo de este criterio, al menos en lo que respecta a política económica. El saliente ministro de Hacienda, se despide con una muy buena gestión en medio de uno de los periodos más turbulentos de la economía mundial. Su llegada causo revuelo, dada la tradición de economistas con doctorado en ese puesto. En el lado opuesto, están ministros con doctorado saliendo por la puerta de atrás debido a escándalos por mal manejo de recursos públicos.
Pero no solo es floja la causalidad entre doctorado y buena gestión pública a nivel individual, también lo es el argumento de unidad científica a nivel de disciplinas. El mejor ejemplo se ve hoy por hoy en los EEUU, de nuevo la cuna de la tecnocracia. El debate por incrementar el gasto público como política para sacar a la economía de su peor crisis en décadas está muy agitado, con premios nobel y eminentes académicos argumentando a favor y en contra.
Otro buen ejemplo del límite de una disciplina académica como fuente única de sabiduría para toma de decisiones lo dio Alan Greenspan, el tecnócrata por excelencia de los EEUU, al reconocer ante el Senado norteamericano que lo sucedido en la crisis probó que su modelo mental de cómo funcionaba una economía estaba equivocado.
Buena suerte a los nuevos ministros, pero pongamos nuestra fe en su buen juicio y honestidad, no en sus títulos.
Con el nuevo gobierno, entra un nuevo equipo de ministros y directores de departamentos administrativos. Algunos comentaristas hablan de un equipo de ensueño, un “Dream Team”, a la manera de los equipos de superestrellas de baloncesto norteamericano. Los mismos comentaristas festejan el retorno de la tecnocracia: el ejercicio del poder por parte de los tecnócratas.
Quienes son los tecnócratas? He ahí el primer escollo. La palabra no existe en el diccionario de la Real Academia Española. El concepto en sí mismo es importado de los EEUU. De acuerdo con la Enciclopedia Británica, la tecnocracia se refiere a la llegada de ingenieros y científicos a los puestos del poder, para practicar la denominada gerencia científica. En pocas palabras, la toma de decisiones basada en conocimiento científico y no en presiones políticas, o atendiendo intereses de sectores particulares.
La definición que quizá tienen en mente los comentaristas mencionados, se refiere probablemente a títulos de doctorado en el exterior. Pero este es un criterio bastante flojo como posible indicador de éxito de un ministro. De una parte en ningún doctorado científico o técnico enseñan gerencia pública, y de otra parte, los doctorados preparan individuos para la docencia o para la investigación, y un ministro no hace ni lo uno ni lo otro.
Basta dar un vistazo a la historia reciente para ver lo flojo de este criterio, al menos en lo que respecta a política económica. El saliente ministro de Hacienda, se despide con una muy buena gestión en medio de uno de los periodos más turbulentos de la economía mundial. Su llegada causo revuelo, dada la tradición de economistas con doctorado en ese puesto. En el lado opuesto, están ministros con doctorado saliendo por la puerta de atrás debido a escándalos por mal manejo de recursos públicos.
Pero no solo es floja la causalidad entre doctorado y buena gestión pública a nivel individual, también lo es el argumento de unidad científica a nivel de disciplinas. El mejor ejemplo se ve hoy por hoy en los EEUU, de nuevo la cuna de la tecnocracia. El debate por incrementar el gasto público como política para sacar a la economía de su peor crisis en décadas está muy agitado, con premios nobel y eminentes académicos argumentando a favor y en contra.
Otro buen ejemplo del límite de una disciplina académica como fuente única de sabiduría para toma de decisiones lo dio Alan Greenspan, el tecnócrata por excelencia de los EEUU, al reconocer ante el Senado norteamericano que lo sucedido en la crisis probó que su modelo mental de cómo funcionaba una economía estaba equivocado.
Buena suerte a los nuevos ministros, pero pongamos nuestra fe en su buen juicio y honestidad, no en sus títulos.
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