Existe
un increíble paralelo entre un mago y un candidato presidencial. La esencia de
la magia esta en hacernos creer que algo sucedió cuando en realidad no fue así.
El engaño se logra en milésimas de segundo, ese momento en que el mago
hábilmente nos convence de desviar nuestra atención hacia el lado opuesto en
que el truco se esta ejecutando, para luego, cuando nuestra atención regresa,
encontrar lo inverosímil hecho realidad. O al menos, la ilusión de lo
inverosímil.
Existen
muchos tipos de magos: cómicos, prestidigitadores, mentalistas, y escapistas,
entre otros. En particular los mentalistas son aquellos individuos que,
supuestamente, usando el poder de su mente adivinan lo que los espectadores
están pensando. El mentalista inicia un dialogo con el espectador y por medio
de preguntas ambiguas y una gran habilidad de lectura de lenguaje corporal, va sacando
la información que necesita. Al final, el espectador cree que le adivinaron la
mente, cuando en realidad fue el quien revelo toda la información.
El
poder de los mentalistas no radica en ningún poder sobrenatural, sino en la
debilidad de sus espectadores. Debilidad que responde a dos necesidades
humanas, bien estudiadas por los psicólogos. Los genios del mercadeo político
saben muy bien que deben explotar estas debilidades y lo hacen sin descaro
alguno.
La
primera es la necesidad que todo ser humano tiene de creer. ¿Le ha sucedido que
al salir de un buen show de magia, su mente aún tiene dudas de que tanto fue
realidad y que tanto ilusión? Racionalmente todos sabemos que detrás de cada
acto hay un truco, pero nuestra necesidad de creer es muy fuerte. La máxima del
mentalista es “para aquellos que creen no se necesitan explicaciones, y para
los que no creen, ninguna explicación es suficiente”.
Lo que
nos lleva a la segunda debilidad: el sesgo de confirmación. En palabras
coloquiales “uno solo oye lo que quiere oír”. Según este principio, una vez los
seres humanos se forman una idea, un juicio de valor, toda información que
corrobore la posición tomada es recordada por insignificante que sea, y todo
hecho que la desmienta es minimizado, desechado y olvidado.