Una
joven economista brillante, con excelentes notas y recomendaciones de sus
profesores, recién egresada del mejor programa de pregrado en economía (medido
de manera objetiva por todos los rankings disponibles) de su país quiere
trabajar para el gobierno y no lo puede hacer inmediatamente. La razón es una
ley absurda que obliga al gobierno a contratar economistas sólo sí estos tienen
la matricula profesional que por ley sólo puede dar el Consejo Nacional
Profesional de Economía. La ley no aplica para el sector privado, creando un
desincentivo para trabajar en el sector público.
Esta
situación real, en la que el gobierno se autoimpone una barrera innecesaria a
la contratación de talento humano, obliga a preguntarse ¿es hora de desregular
unas cuantas profesiones?
Históricamente,
la regulación de las profesiones comenzó con el interés genuino de evitar a los
impostores. Antes de 1800 existían pocas profesiones y entre ellas sólo la
medicina, las leyes y la teología tenían instituciones que las regulaban. Pero
con el paso del tiempo el número de profesiones y de profesionales ha crecido
rápidamente.
Con la
diversidad de profesiones nacieron las sociedades de profesionales como cuerpos
de autorregulación, dedicados a establecer estándares y códigos de conducta.
Mas adelante algunas profesiones alcanzaron a presionar lo suficiente a los
legisladores como para elevar a nivel de ley la exigencia de certificar sus
títulos. Visto desde la teoría económica estas leyes están motivadas por
intereses poco altruistas: generación de rentas y creación de monopolios. La posibilidad
de controlar el número de profesionales está asociada a ingresos superiores a
los que se pagarían en un mercado no regulado.
Pero
cuando, como en el ejemplo inicial, el número de profesionales es lo
suficientemente amplio y la ley sólo aplica para trabajar en el sector público,
los cuerpos profesionales se convierten en meros notarios, cuyo único trabajo
es extraer una renta a manera de inscripción en un listado.
En el
mundo moderno, donde la información es mas que abundante, y el conocimiento
traspasa las líneas invisibles de las profesiones, mantener la regulación de matrículas
profesionales para ciertas carreras raya en el absurdo. Hay ingenieros que son
mejores economistas que los mismos economistas.
Para
ser justos, la regulación sí es justificable en aquellas profesiones donde la práctica
profesional pone en peligro la vida de otros seres humano, como lo puede ser la
medicina o la odontología.
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