(El Mundo, Agosto 28 de 2014)
Sí la segunda
profesión más antigua del mundo es la prostitución, la primera debe ser la de
vendedor. Y como bien lo resume la
cultura popular colombiana, desde tiempos inmemoriales el precio de las
cosas se fija “según el marrano”. Hace
un par de semanas explotó la noticia de un cartel de los pañales. Y, según la
Superintendencia de Industria y Comercio (SIC), se están investigando muchos más
acuerdos de precios entre empresarios en la economía colombiana. La indignación
es obvia, pero la solución no es evidente por las siguientes razones.
El problema es inmenso
y el regulador muy pequeño. Aun cuando la SIC haya formulado pliego de cargos
contra el cartel de los pañales, esta es apenas la punta del iceberg. Son
millones de productos los que se negocian a diario en la economía, y seguramente
en muy pocos de los que componen la canasta familiar existe verdadera competencia.
Se necesitaría una SIC de tamaño monstruoso para meter en cintura a todos los
vendedores que estén fijando precios por encima del precio de mercado.
La autorregulación es
insuficiente para controlar las tendencias normales del mercado. El mundo de
los negocios es muy amplio y en el confluyen muchas personalidades, gente con
altos estándares éticos y gente con ninguno. Ante una autoridad pequeña, la autorregulación
es la siguiente linea de defensa del consumidor. Pero ésta impone unos costos
que no todos están dispuestos a asumir y que los consumidores por
desconocimiento no están dispuestos a pagar. En el mercado solo sobreviven los
que dan utilidad y crecen. A más participación de mercado mayor posibilidad de
fijar precios. Así las cosas, la dinámica del mercado tiende hacia la
eliminación de la competencia, y seguramente los primeros en caer son los que
se autorregulan.
La educación en ética
empresarial a los futuros empresarios no llega muy lejos. Una tercera línea de
defensa del consumidor es la formación en ética empresarial. Al igual que
sucede con cualquier curso de universidad, los contenidos tienden a olvidarse. Además
la presión misma de la actividad empresarial con su obligación normal de
cumplimiento de metas, pone en desventaja a las consideraciones éticas, especialmente
cuando estas se enfrentan a la estabilidad laboral misma. Siempre habrá
justificación para estirar la ética un poquito.
Legalmente fijar
precios no competitivos es un delito. Pero las líneas de defensa que tenemos a
la mano son insuficientes, y quizá en el fondo es así porque todos tenemos rabo
de paja. En una sociedad, todos somos consumidores y vendedores a la vez. Los
consumidores desinformados que somos seguiremos siendo explotados, y los
vendedores informados que somos seguiremos explotando y cobrando “según el
marrano”, como ha sido desde el comienzo de los tiempos.
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