(Agosto 14 de 2014, El Mundo)
Muchos jóvenes recién egresados y profesionales en la mitad de sus carreras sufren del síndrome de la alfombra roja. Definido como el sentimiento de merecer los mejores trabajos y los mejores salarios gracias a méritos como haber estudiado por muchos años o haber salido de una prestigiosa universidad.
Einat Wilf, columnista del diario electrónico Huftington Post describe el síndrome muy
bien. Los que lo sufren viven en una de dos realidades. En la primera, se pasan
los días en un trabajo que no les parece satisfactorio pero que sirve para
pagar las cuentas. En esta misma realidad siempre están esperando que el
teléfono suene, que alguien descubra lo inteligentes que son y que por fin les
entreguen el dinero, el poder y el reconocimiento a sus méritos. Con el tiempo,
estos jóvenes se convierten en adultos llenos de rencor, que odian a sus jefes
y a todo aquel que si logro llegar a las posiciones que ellos “merecían”, criticándolos
por los brutos y torpes que son. Son víctimas, pues, de una gran injusticia a
sus divinos méritos.
En la segunda realidad, muchos de estos jóvenes
consiguen trabajos bien remunerados, en lugares que si extienden alfombras rojas,
el problema es que muchas veces ese no era el trabajo con el que soñaban. Aquí
se encuentran todos los que trabajan haciendo dinero para enriquecer a los que ya
tienen mucho dinero. Como lo afirma Wilf, estos individuos están típicamente en
mundos como el de las finanzas, la banca de inversión, las firmas de
consultoría, etcétera.
La verdad, como lo afirma la escritora, es que en el
mundo contemporáneo nadie se “merece” una alfombra roja por ser muy buen
estudiante o muy inteligente. A esas posiciones de poder, dinero y
reconocimiento, se llega en parte por azar, por linaje, y en parte por la
combinación de otras muchas destrezas, muchas de las cuales no se obtienen en
las aulas. Los que eligen a los que están en esas posiciones valoran también la
capacidad de arriesgarse, la experiencia dada por muchos fracasos, la
comunicación y capacidad de autopromoción, y la capacidad de vender lo que la
organización venda o haga.
En conclusión, no hay merito que justifique la alfombra roja que muchos creen merecerse. Muchos años de estudio no son suficiente razón para merecerse nada, ni creerse mejor que nadie. Como bien concluye Wilf para ir a la fiesta en la que uno quiere estar no hay que esperar invitación hay que colarse.
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