Diversos analistas internacionales y algunos locales coinciden en sugerir que las elecciones en los EEUU no serán determinadas por el estado de la economía, la guerra, o los costos de la salud, sino por el marketing político. En un rincón estará McCain denunciando a Obama por ser un elitista (Abogado de Harvard) que no se encuentra conectado con el trabajador de carne y hueso. Y en el otro, Obama denunciando a un McCain demasiado viejo para gobernar y cuya promesa es seguir el legado de Bush.
Dos elementos distinguen las guerras de marketing político, el primero es la irrelevancia de la materia y la segunda es la reverencia por el empaque. El fin último de la publicidad es informar acerca de las cualidades de un producto y atraer a los consumidores. En este caso cada candidato y su vicepresidente son el producto, y los consumidores son millones de ciudadanos desentendidos y desinformados.
Es claro que los buenos estrategas de la publicidad y los medios son unos genios. Sus campañas logran modificar el comportamiento de millones de personas a diario. Todos estamos llenos de cosas que no necesitamos. Y a menudo sentimos el impulso de comprar algo y cuando por fin lo tenemos, no tardamos mucho en descubrir que sus cualidades y la cantidad de satisfacción que supuestamente nos iba a proveer han desaparecido.
Si esta descripción es adecuada, es claro que el sistema de elegir un presidente por votación popular está en peligro. Los procesos de selección al interior de cada partido darán cada vez más peso a las cualidades de venta de su candidato y no a su idoneidad y criterio para dirigir el poder ejecutivo de un país. La selección de un candidato será en adelante no muy distinta a cualquier “reality” show.
Es irónico que esta tendencia crezca en momentos en los cuales existe más información. Pero quizá esta sea la razón de este fenómeno creciente. El gran aporte de la explosión de la sociedad de la información y las comunicaciones a la democracia es la frivolización de la misma.
La complejidad de los problemas públicos requiere especialistas en cada tema. Algo que ningún candidato puede ser. E incluso requiere algo más, la honestidad de reconocer que no existen respuestas definitivas. Que el cuerpo de conocimiento de los seres humanos en muchos campos es limitado. Esto sin embargo no es un buen argumento de venta en ninguna campaña. Decir mucho y no decir nada es la esencia del marketing político.
Es una lástima que nuestras democracias no nos permitan elegir ministros en lugar de presidentes, quizá de esta manera podríamos recobrar el interés de los ciudadanos en temas particulares de política y disminuir el poder de influencia de los estrategas políticos. Mientras tanto seguiremos asistiendo al triste espectáculo de elegir presidentes de portada y entregar cada vez más poder a los grupos económicos para que sigan legislando a su conveniencia.
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