(El Mundo, octubre 8 de 2015)
Por fin.
Estamos a pocas semanas de que se acabe la época de elecciones. Definitivamente
la versión de democracia que tenemos en este país es realmente agotadora. Por
varias razones, no veo la hora de que termine.
La época
de elecciones es agresiva contra el ciudadano porque trae contaminación visual,
auditiva y ambiental. En ciudades y campos por igual, cuanta pared, cuanto
poste y cuanto espacio público se pueda usar (sea permitido o no) se llena de
vallas, pendones y afiches con fotos de candidatos, logos de partidos, números
en tarjetones, apellidos y slogans. La ironía es que todos los candidatos se
quieren diferenciar y terminan haciendo lo mismo.
Junto a
lo visual, se encuentra lo auditivo. Manifestaciones, campañas ambulantes,
fiestas, etcétera nos inundan de un ruido que no hemos pedido y que no queremos
oír. Y para rematar, está el daño al
medio ambiente, ¿cuánto papel innecesario se imprime y se tira a las calles?
Esta
época de elecciones trajo un excesivo número de candidatos, lo que bajó la calidad
promedio de los mismos. Debo reconocer que existen candidatos de quilates sin
una agenda distinta que la de ayudar a sus conciudadanos, sacrificando su
tiempo, su dinero y su tranquilidad presente y futura. Pero los demás son
muchos y terminan metiendo más ruido que otra cosa. He contado hasta ocho para
una de las tres principales ciudades del país.
A los
candidatos que son políticos de profesión se les nota la agenda a leguas:
apoderarse de los dineros públicos para enriquecerse o para seguir
coleccionando puestos públicos. A otros se les nota demasiado la inexperiencia.
Se pueden describir como joven soñador e ingenuo, que habla muy rápido, que está
lleno de lugares comunes y frases de cajón recogidas de sus lecturas de prensa,
y sin experiencia en la gestión de lo público. Y a otros se les nota demasiado
que son títeres de alguien, son celebridades criollas que a punta de TV y
medios ha logrado algo de reconocimiento y que movidos por un titiritero creen
que pueden hacer algo en un mundo que desconocen.
Por fin
se acaban las elecciones, no es ninguna fiesta electoral, en realidad es una
época muy triste. Salen de sus cuevas y desfilan por nuestras narices los que
luego serán condenados por corruptos, se pavonean, nos presentan soluciones de
tres minutos a problemas que no entienden, que no les interesan, y nos hacen
creer que estamos jugando un juego limpio, cuando en realidad el juego está
arreglado.
Insistimos en un modelo agotado de democracia. A menos que probemos variaciones seguiremos como la famosa definición de locura “hacer siempre lo mismo y pretender resultados diferentes”.
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