martes, 20 de mayo de 2014

Los mentalistas


Existe un increíble paralelo entre un mago y un candidato presidencial. La esencia de la magia esta en hacernos creer que algo sucedió cuando en realidad no fue así. El engaño se logra en milésimas de segundo, ese momento en que el mago hábilmente nos convence de desviar nuestra atención hacia el lado opuesto en que el truco se esta ejecutando, para luego, cuando nuestra atención regresa, encontrar lo inverosímil hecho realidad. O al menos, la ilusión de lo inverosímil.

Existen muchos tipos de magos: cómicos, prestidigitadores, mentalistas, y escapistas, entre otros. En particular los mentalistas son aquellos individuos que, supuestamente, usando el poder de su mente adivinan lo que los espectadores están pensando. El mentalista inicia un dialogo con el espectador y por medio de preguntas ambiguas y una gran habilidad de lectura de lenguaje corporal, va sacando la información que necesita. Al final, el espectador cree que le adivinaron la mente, cuando en realidad fue el quien revelo toda la información.  

El poder de los mentalistas no radica en ningún poder sobrenatural, sino en la debilidad de sus espectadores. Debilidad que responde a dos necesidades humanas, bien estudiadas por los psicólogos. Los genios del mercadeo político saben muy bien que deben explotar estas debilidades y lo hacen sin descaro alguno.  

La primera es la necesidad que todo ser humano tiene de creer. ¿Le ha sucedido que al salir de un buen show de magia, su mente aún tiene dudas de que tanto fue realidad y que tanto ilusión? Racionalmente todos sabemos que detrás de cada acto hay un truco, pero nuestra necesidad de creer es muy fuerte. La máxima del mentalista es “para aquellos que creen no se necesitan explicaciones, y para los que no creen, ninguna explicación es suficiente”.

Lo que nos lleva a la segunda debilidad: el sesgo de confirmación. En palabras coloquiales “uno solo oye lo que quiere oír”. Según este principio, una vez los seres humanos se forman una idea, un juicio de valor, toda información que corrobore la posición tomada es recordada por insignificante que sea, y todo hecho que la desmienta es minimizado, desechado y olvidado.

En campaña todos los candidatos son mentalistas, ilusionistas. Explotan la necesidad humana de creer y dicen lo que la gente quiere oír. Las elecciones son un gran espectáculo de magia, con poca luz, lleno de humo y distracciones, donde poco es improvisado. Las propuestas también son ilusiones. Ganará el mentalista más poderoso, es decir, el que sea capaz de desviar la atención del público para hacerle creer que lo inverosímil es posible. Ese es el show en que han convertido las democracias modernas.

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