(El Mundo, Julio 22 de 2009; La Patria, Julio 27 de 2009)
En 1798, el reverendo anglicano Thomas Robert Malthus propuso su famosa teoría de crecimiento económico: “El poder del crecimiento poblacional es indefinidamente más alto que el poder de la tierra para producir alimentos para su subsistencia”. En consecuencia, cualquier avance en los estándares de vida, a través de mayor abundancia en bienes o servicios, era rápidamente absorbido por el crecimiento poblacional. La riqueza por habitante de un país dependía críticamente de la tasa de fertilidad.
Malthus estaba en lo cierto. Al menos en explicar lo sucedido hasta su momento. La historia económica del mundo sugiere que solo hasta la revolución industrial, los avances tecnológicos superaron a la tasa de población y el nivel de riqueza fue el factor dominante en explicar la relación entre riqueza y población para los países desarrollados.
La teoría de Malthus, sin embargo, no ha muerto. De un lado, el crecimiento poblacional es una de las causas más fuertes y convincentes para explicar la existencia de una crisis mundial climática y medioambiental, al menos para aquellos que defienden esta idea. Basta con leer la justificación dada para el otorgamiento del premio nobel de la paz en 2007 al Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático y Al Gore: “por sus esfuerzos en acrecentar y diseminar el conocimiento acerca del cambio climático producido por el hombre”.
De otro lado, está el papel del envejecimiento poblacional, una consecuencia que habría sido difícil de imaginar para Malthus dada la baja expectativa de vida de su generación. Un reciente estudio conducido por David Bloom, David Canning, Gunther Fink, y Jocelyn Finlay reviso los costos de la baja fertilidad en Europa. En este estudio los autores observan que en el corto plazo, bajas tasas de fertilidad incrementan el ingreso per-cápita, dado que los costos de criar hijos como sociedad disminuyen y la participación de más adultos en el mercado laboral se incrementa.
Pero este crecimiento de corto plazo es reemplazado por un efecto mayor de largo plazo. Cuando los trabajadores avanzan a su etapa de retiro, los efectos de una baja tasa de fertilidad se ven reflejados en un menor número de trabajadores, y por ende una producción menor de riqueza. Los costos para la sociedad en términos de pensiones y salud pueden rápidamente erosionar la riqueza acumulada. Si a esto se le suman sistemas de seguridad social no balanceados financieramente, el incremento en impuestos para compensar déficits financieros se puede convertir en otro desincentivo al trabajo y la creación de riqueza.
Bloom y sus colegas, dudan que masivas migraciones desde el tercer mundo sea la solución para este problema en Europa, en particular por la resistencia política a una iniciativa de este estilo. En conclusión, en el inmediato futuro, la tasa de fertilidad en el pasado será entonces una importante fuerza en explicar los problemas económicos y medioambientales del mundo.
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