Decía Desmond Tutu que “El
apartheid destruye tanto a blancos como a negros”. Haciendo un paralelo con esta
frase, el periodista y ahora escritor norteamericano Chris Hayes, argumenta que
la meritocracia es imperfecta, que corrompe. Este es el tema de su libro “Twilight of the
Elites” (que traduciría El ocaso de las elites).
Hayes revisa los mayores acontecimientos
de los últimos 12 años en los Estados Unidos (el 9/11, la primera guerra con
Irak, Enron, la inundación de New Orleans como resultado del Katrina, la crisis
financiera de 2008) y encuentra que en todos ellos hay serias fallas humanas
que denotan incompetencia, derrumbe institucional y corrupción. El argumento puede extenderse fácilmente a
cualquier país. Los escándalos de corrupción se ven en toda institución: la
iglesia, los militares, la policía, los deportes, los jueces, el congreso, la
salud, las universidades, etc.
La gran contradicción subrayada
en este libro se encuentra en instituciones llenas de
problemas por un lado, y el creciente rol de la meritocracia en la sociedad contemporánea, por otro. La meritocracia es quizá uno de los logros más importantes de las más
recientes décadas. A diferencia de tiempos anteriores donde el apellido determinaba
el futuro. Gracias a las oportunidades brindadas por la expansión del sistema
educativo, los estudiantes más brillantes, no importando su apellido o condición
económica, tienen hoy una posibilidad mayor de llegar a liderar instituciones.
El hueco de la meritocracia,
sugiere Hayes, esta en creer que la inteligencia es el único factor que se
necesita para ser líder y tomar buenas decisiones. La competencia, bien lo decía
alguien, saca a flote lo mejor y lo peor de cada uno. Además de inteligencia se
necesitan otras cualidades como compasión, empatía, juicio, prudencia, sentido
de la igualdad, y otros valores que no necesariamente se encuentran en
individuos brillantes.
Lo que esta fallando con la nueva
elite es su excesiva preocupación por el corto plazo, su necesidad de amasar rápidamente
dinero, poder y status. Y una vez logrado, el motivo corruptor es el miedo a
perder lo conseguido. El ciclo fallido de la meritocracia se reproduce cuando
los criterios de contratación en cualquier industria dependen solo del factor cerebro.
La mejor respuesta a los argumentos de Hayes la da otro periodista, David Brooks. El problema no esta en premiar a los más inteligentes o a los que tienen mayores méritos. Ya sabemos que las alternativas a la meritocracia no ofrecen nada mejor. El problema esta en no formar con igual rigurosidad en otro aspecto fundamental del liderazgo: responsabilidad y sostenibilidad social. Ahí nos falta mucho, tanto allá como aquí.
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