(La Patria, Abril 19 de 2010; El Mundo, Abril 2010)
La corrupción es uno de esos típicos conceptos ampliamente abusados en los discursos de aspirantes a puestos de elección popular. Los casos de corrupción que llegan a los periódicos cuentan la historia de individuos repartiendo subsidios, contratos, o puestos a dedo. Existen también los pequeños corruptos, aquellos que por una pequeña suma, agilizan o detienen un trámite.
Los demás somos, o eso creemos, meras víctimas de estos individuos, y cada que uno de ellos es capturado o puesto en su lugar, sentimos que se ha hecho justicia. Pero las cosas no son tan sencillas. Un buen número de experimentos señalan una realidad menos placentera: todos llevamos un pequeño corrupto entre nosotros.
Dan Ariely y otros colegas de las Universidades de Duke y MIT, tienen una línea de investigación muy interesante en deshonestidad. Estos investigadores sugieren la existencia de un ser dual en cada individuo. Por un lado, nos gusta mirar al espejo y ver el reflejo de un ser honesto, por otro, en ciertas ocasiones nos parece que está bien aprovechar una situación a nuestro favor, haciendo solo un poquito de trampa.
En un experimento, un conjunto de individuos fue reunido para un examen de conocimientos en matemáticas básicas con una duración de 5 minutos. Todos los ejercicios eran simples y cada respuesta acertada sería pagada con dinero. En promedio cada individuo respondió 4 preguntas. Un segundo grupo con las mismas características del primero fue seleccionado pero esta vez al final del experimento, en lugar de entregar el test para reclamar su dinero, los individuos debían guardar el test en su bolsillo y solo reportar el número de respuestas acertadas para reclamar su pago. El promedio de respuestas acertadas subió a 7.
El experimento fue repetido cambiando el precio pagado por respuesta. Los resultados no cambiaron. El experimento fue repetido cambiando la probabilidad de ser atrapado mintiendo. Los resultados no cambiaron. Sin embargo, algo interesante sucedió cuando los investigadores modificaron los experimentos pidiendo a los participantes recordar los 10 mandamientos o firmar una hoja en la que se comprometían a no mentir. Las respuestas de los dos grupos (con supervisión y sin supervisión) no cambiaron.
La línea de investigación es más amplia que estos experimentos. Y las conclusiones son muy interesantes, entre ellas: la tendencia a mentir es más común de lo que nos imaginamos; la gente se permite mentir (o exagerar) si es solo un poquito; cuando somos inducidos a pensar en honestidad o respeto a las reglas somos más honestos.
Las implicaciones económicas son enormes. Para la muestra la quiebra del sistema de salud. La corrupción no va a acabar con las promesas de ningún candidato presidencial, o con la captura de unos tontos que se dejan atrapar. La corrupción parece ser, empieza por casa, y allí hay que atajarla.
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