martes, 6 de julio de 2010

Lecciones de moda

(El Mundo, Julio 8 de 2010; La Patria, Julio 12 de 2010)

Algunos principios económicos son a veces invocados de manera casi religiosa para justificar acciones de política. Pero al igual que muchos principios religiosos, en ocasiones, creer en ellos es un acto de fe. La evidencia esta en el papel y en una muy juiciosa argumentación teórica, pero la realidad, a veces, simplemente no se corresponde. Peor aún, a la mejor manera de ciertos dogmas, aquellos que no los crean o sigan, deben atenerse a consecuencias devastadoras.

Un buen ejemplo de esto, y tema de esta columna, es el principio según el cual sin una meticulosa protección a la propiedad intelectual, no existen incentivos a la innovación, y por lo tanto es todavía más ingenuo creer que una buena industria pueda florecer. La verdad es que las cosas son más complejas, como lo argumenta una línea de investigación muy interesante liderada por la investigadora Johanna Blakley, subdirectora del instituto Norman Lear de la Universidad de Southern California.

Blakley estudia la industria de la moda y su impacto y lecciones para la sociedad. En la industria de la moda por ejemplo existe mínima protección a la propiedad intelectual, los diseñadores solo pueden proteger legalmente su marca, es decir, su logo y su nombre. Y en ocasiones también pueden patentar elementos bidimensionales, por ejemplo, un cierto diseño de un patrón en una tela, pero jamás podrían hacerlo en artículos tridimensionales.

La razón que justifica esta imposibilidad legal es muy sencilla: los elementos de vestir son demasiado utilitarios como para calificar por protección legal. El costo de una camisa seria prohibido si por cada camisa un fabricante tuviera que pagar derechos a los inventores de los cuellos, las mangas, los puños, etc. Y se podría llegar a aberraciones tales como encarcelar a una mama por coserle una camisa a su hija.

Lo más interesante, argumenta Blakley, es que esta circunstancia, en lugar de haber hundido a la industria de la moda, la llevo a convertirse en un negocio multimillonario, donde la innovación es permanente, donde el proceso creativo está abierto a todo el mundo, y donde el mejoramiento es constante.

Este proceso ha permitido además que existan dos industrias que se retroalimentan permanentemente. La alta costura o las grandes casas con objetos que son considerados arte y con un mercado dispuesto a pagar exorbitantes precios. Y otra que viste al resto de los seres humanos a precios razonables y con alta variedad en diseño y calidad.

Todo esto es el resultado de una industria basada en la cultura de la copia y no de la protección. Es posible que este principio no sea aplicable a toda industria, pero también es cierto que el principio de la excesiva protección a la propiedad intelectual y sus supuestos efectos positivos en innovación es defectuoso. La mejor política esta seguramente en un sano punto medio.

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