sábado, 19 de junio de 2010

Evaluación a profesores

(El Mundo, Junio 24 de 2010; La Patria, Junio 28 de 2010)

Medir, con el objeto de mejorar, la calidad de la educación universitaria es una tarea vital para el futuro de la economía nacional. Pero la selección de los indicadores es crítica, so pena de crear los incentivos equivocados. Para evaluar a los estudiantes toman fuerza en el país exámenes estandarizados como los ECAES. Pero, para evaluar a los profesores las medidas son más precarias, estáticas o incluso inexistentes. La herramienta más usada son las evaluaciones a profesores hechas por los alumnos. La pregunta es: son estas evaluaciones de alguna utilidad?

La respuesta parece ser NO. En efecto, un estudio muy riguroso elaborado por Scott Carrell de la Universidad de California Davis y James West de la Academia de la Fuerza Aérea de los Estados Unidos, así lo sugiere. Estos investigadores, aprovecharon la oportuna circunstancia de que en la Fuerza Aérea de este país los estudiantes son asignados al azar a cursos universitarios obligatorios en el primer año. Estos cursos están perfectamente estandarizados: igual material, igual programa, igual examen a igual hora, etc. Además los profesores no cuentan con la ayuda de asistentes y deben estar disponibles en igual número de horas para sus alumnos para consultas fuera de clase.

Además de todo esto, Carrell y West se concentraron en materias que son obligatorias para todos los estudiantes y que son parte de una secuencia, por ejemplo, Calculo I, II y II. A cada una de estas materias secuenciales los alumnos son nuevamente asignados al azar. De tal forma que en ninguno de los cursos los estudiantes pueden matricularse con el profesor que les guste. Lo más interesante de este estudio es que los cursos secuenciales (II y III) proveen un escenario ideal para medir la calidad de la enseñanza de un profesor en el mediano plazo.

Los resultados publicados por Carrell y West sugieren que a los estudiantes asignados a profesores con menos experiencia y sin doctorado les va mejor que al promedio en el curso inicial pero luego les va peor en los cursos siguientes. Consistente con esto, los estudiantes evalúan de manera más alta a aquellos profesores con los cuales sacan notas más altas al comienzo. Similarmente los estudiantes que son mejores en los cursos secuenciales, calificaron en promedio con valores más bajos a sus profesores de la materia inicial.

Dado que los profesores conocen los exámenes con antelación, Carrell y West, concluyen que los profesores no experimentados tienen incentivos a enseñar lo necesario para el examen y no lo fundamental de la materia, lo que si hacen los experimentados. El valor agregado del buen profesor solo se ve en el mediano plazo, y los estudiantes son miopes a esto.

Todavía esta entonces por descubrirse una mejor medida de la calidad de los profesores universitarios. Las evaluaciones por parte de los alumnos no hacen justicia, y quizá pueden ser más dañinas que productivas.

viernes, 4 de junio de 2010

Capital humano para inversionistas

(La Patria, Junio 8 2010; El Mundo, Junio 11, 2010)
El tiempo es el mejor amigo de la pobreza: mientras más pasa el tiempo más difícil es salir de ella. La educación por el contrario es el peor enemigo de la pobreza: mientras más educación se tiene más oportunidades se pueden tener para salir de ella. El tiempo es el mejor amigo de un inversionista: mientras más pasa el tiempo más alta la rentabilidad. Que tienen que ver los inversionistas privados, la pobreza, la educación y el tiempo?

Miguel Palacios, un ingeniero colombiano, con doctorado en Administración de Empresas en la Universidad de California Berkeley, lo explica en un libro escrito con Nicholas Barr llamado (traducción no oficial) “Invertir en Capital Humano: una aproximación de mercado de capitales a la financiación de estudiantes”.

La idea promovida por Palacios y Barr es muy interesante. Imagínese el caso de un estudiante necesitado de fondos para pagar sus estudios de pregrado sin codeudores o sin activos para respaldar un préstamo educativo. Imagínese ahora un inversionista interesado en invertir en capital humano, es decir estudiantes. Los dos establecen un contrato por el cual el estudiante recibe la financiación necesaria para pagar sus estudios y a cambio se compromete a pagar el 3.5% de su ingreso durante los primeros 60 meses de trabajo.

Ambas partes ganan. El estudiante no solo obtiene el nivel educativo que le interesa, sino que puede pagar con su ingreso futuro. El estudiante además recibe ayuda por parte del inversionista para ingresar lo más pronto y de la mejor manera al mundo laboral. El inversionista recibe tanto el retorno financiero como la satisfacción personal.

Obviamente la parte más delicada del contrato es el riesgo de no repago por parte del estudiante. Es ahí donde entra la parte más inteligente de la idea, porque los incentivos al progreso educativo de los estudiantes quedan en manos de agentes privados. Los estudiantes tienen ahora nombre propio y está en el mejor interés de ambas partes el éxito del contrato.

Una extensión de esta idea a todo el ciclo educativo es posible. La razón por la que los estudiantes de clase media y alta no son pobres es un por un contrato implícito entre ellos y sus padres. Un contrato que toma al menos 23 años. Los niños pobres no tienen la culpa de nacer en un hogar pobre, pero mientras más tiempo permanezcan en uno más crece sus probabilidades de nunca salir de ahí. Un ciclo que todos conocemos. Un ciclo que ningún programa público ha podido derrotar por una razón muy sencilla: estos niños no tienen nombre propio, no tienen un inversionista propio.

Imagínese ahora que TODOS los niños pobres de cierta edad fueran cobijados por un contrato de este estilo. La pobreza por falta de recursos para una buena educación se erradicaría en cuestión de 20 años.